22 de octubre de 2013

Hallan vestigios prehispánicos bajo la Universidad Pontificia de México, profesor de la ENAH es responsable del proyecto


Hallan siete entierros con restos óseos de ocho individuos y de un perro, 4 mil 426 fragmentos de cerámica, 169 figurillas antropomorfas, 30 orejeras de barro, 190 ejemplares de lítica, seis silbatos y cinco restos óseos aislados de animales, en el interior de la Universidad Pontificia de México (UPM), ubicada en el centro de Tlalpan. Estos materiales que datan del 700 al 200 a.C, pertenecieron a una aldea periférica de Cuicuilco y forman parte de una de las evidencias arqueológicas más antiguas fuera del centro ceremonial cuicuilca.

"Hay algunos hallazgos, pero son muy cercanos a Cuicuilco, en este caso es de los pocos que se han encontrado alejados, a dos y medio kilómetros, del gran basamento. Son pocos porque la presencia de basalto que originó la erupción del Xitle no permite hacer excavaciones profundas y porque se han hecho pocos trabajos en el centro de Tlalpan, en términos de salvamento arqueológico", detalló en entrevista a Crónica Alejandro Meraz Moreno, arqueólogo responsable del proyecto.

La importancia de los entierros y del material prehispánico, comenta el investigador, es que permite conocer la vida cotidiana de las personas que habitaron las cercanías de Cuicuilco cuando el sitio vivía su auge. “La aldea debió formar parte de la colonización de los pobladores marginales hacia el oriente, sirviendo como satélite de la ciudad y abasteciéndola de materias primas del bosque como madera, animales de caza y vegetales silvestres recolectados”, detalla.

Los hallazgos reportados en el 2006 se localizaron en el número 98 de la calle Guadalupe Victoria, después de que la UPM solicitara el permiso para la construcción de una nueva área para dormitorios y un nuevo edificio para la biblioteca, siendo en el primer espacio en donde se hallaron los entierros y restos de una casa-habitación, y en el segundo, en donde se descubrieron depósitos de desechos de carbón, vasijas y fragmentos de cerámica.

De acuerdo con Alejandro Meraz, los elementos indican que debieron haber existido al menos tres casas de esa aldea, pero “lamentablemente no se pudo explorar la totalidad del predio”. Sobre la temporalidad de los materiales, indica, corresponden a dos distintas fases: Zacatenco que va del 700-400 aC, y Ticomán que va del 400-200 aC, es decir, son registros de hace 2 mil años.

—¿Por qué la aldea fue deshabitada?

—Después de la erupción del Xitle, la zona se deterioró aun cuando la lava no alcanzó a penetrar el centro de Tlalpan, pues no hallamos evidencia de ceniza en esta aldea; pero el entorno geográfico y ecológico de Cuicuilco se modificó. Hay registros de que hacia el 200 aC, al norte de la Cuenca de México, en Teotihuacán y Texcoco, aumentaron la población y el número de ciudades y aldeas. Esto lleva a pensar a los investigadores que las erupciones ocasionaron que la gente se moviera al oriente y norte.

ENTIERROS. Cinco de los siete entierros hallados contaron con ofrenda asociada que consistió en vasijas completas, incompletas y fragmentadas, figurillas y materiales incinerados colocados antes de depositar el cuerpo, de los cuales sobresalen los entierros 5 y 3.

“En el entierro 5 encontramos tres objetos que denotan diferenciación social respecto al resto de la muestra: dos vasijas y una cuenta de piedra verde. Las primeras no corresponden a los tipos cerámicos del sur de la Cuenca de México y la segunda, procede de la región sureste de Mesoamérica, por lo que es posible que el individuo en vida contara con mayor jerarquía en el asentamiento”, explica el arqueólogo.

El personaje es un individuo masculino que tenía 35 años al momento de su muerte y la piedra verde está colocada en el lugar de su molar inferior derecho a manera de ofrenda funeraria. Alejandro Meraz asegura que la piedra proviene del Valle de Motagua, Guatemala, o de Guerrero, material al que sólo las élites podían tener acceso.

Sobre el entierro 3, comenta, corresponde a un hombre sin edad identificada pero que fue enterrado con la figurilla antropomorfa más pequeña hallada en el sitio, la cual representa a un hombre sentado con las manos cerca de la boca y que “aún no se sabe si está soplando un instrumento o comiendo algo”.

Y aunque el entierro 1 no tuvo ofrenda asociada, el también académico de la ENAH lo destaca por ser un entierro múltiple: dos mujeres de entre 18 y 22 años y un hombre de 24 a 30 años, con los que se hallaron dos orejeras y un silbato.

Algunas características de las personas enterradas es que más de la mitad presentó déficit en el consumo de verduras, frutas con vitamina C y carne roja, deficiencias que desencadenaban una Anemia ferropénica, causa de enfermedades infecciosas y parasitarias.

MATERIALES. Este trabajo de salvamento arqueológico comprendió 4,426 fragmentos de cerámica, de las cuales el 65% corresponde a la fase Zacatenco del Preclásico Medio y el 35% a la fase Ticomán del Preclásico Superior. “Los materiales cerámicos registrados en rellenos, acarreo y sedimentación indican que el asentamiento tuvo carácter habitacional debido a que correspondieron a vasijas de uso doméstico o de servicio”, indica el arqueólogo responsable.

De los 169 ejemplares de figurillas, el 11% se encontraba completo, el 31% incompleto y el resto son fragmentos de cabezas, troncos, extremidades, tocados y piezas no identificadas. “Van de los 2 centímetros de largo a 15; están pintadas de rojo en rostro, manos, senos, vientre y pies. Y aun no sabemos si fueron retratos, representaciones de dioses o asociaciones a ritos de fertilidad”, expresa.

Respecto a la lítica, sobresalen navajillas y puntas de proyectil de obsidiana gris que provino de los yacimientos de Otumba, Hidalgo. Y sobre los restos animales, aparte del entierro del perro, registraron cuatro fragmentos de astas de venado cola blanca.

Nota tomada de: La Crónica

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